jueves, 15 de septiembre de 2005

Existe un verano mejor, sí.



(Este es un pequeño relato que no tiene que ver mucho con mi realidad pero que lo escribí en agosto, durante esas horas perdidas de "dolce far niente" que diría un italiano)

Mientras hago el equipaje, el televisor muestra calvarios veraniegos que me parecen algo exagerados, para al final, regalarnos la promesa de que existen veranos mejores.

Tengo la cándida esperanza de poseer la fórmula para conseguir mi propio paraíso estival: no meter en la maleta el despertador, el estrés y la angustia del embotellamiento diario para poder fichar a tiempo en el trabajo.

Pertrechada de pareo, bikini, gafas, sombrero “cow boy”, varios libros bien recomendados por algún amigo... Llego a la playa como quien llega a un oasis para calmar la sed de paz y sosiego.

¡Espejismo! Después de un par de días de colocar la toalla entre sombrillas familiares donde se apiñan cubos, palas, hamacas y bolsas nevera, me doy cuenta de que para lograr un sitio privilegiado, hay que madrugar. ¡Maldición! Me dejé el despertador en casa.

Me dispongo a lucir mi cuerpo serrano, despojado de los cinco kilos que, con gran esfuerzo, perdí antes del verano, pero descubro sinuosas curvas pertenecientes a jovencitas en top less con turgentes cuerpos, paseando desafiantes por la orilla, que me hacen parecer moby dick.

Soy inasequible al desaliento. Me embadurno de crema protectora factor 30 durante la primera semana, y compruebo con horror que el blanco-leche que traía, apenas si ha desaparecido, con lo cual, me aventuro a tomar el sol a pelo para justificar mi estancia en la costa.

Por la noche, desprendiendo ese olor a ensalada que dan los paños empapados en vinagre, para aliviar las quemaduras, reconozco que sí, que es posible que existan veranos mejores.

Poder levantarte a la hora que te plazca y encontrar siempre un lugar para tu hamaca, broncearte sin necesidad de achicharrarte viva, tomarte un pincho de tortilla con cervecita sin miedo a reventar el bikini, porque tengas la suerte de que tu cuerpo se estacione en las medidas soñadas. Ese verano, en el que pasear por la orilla, sea desafiar a la fuerza de la gravedad y ganarle la batalla.

Verano en el que no te acuerdes de los progenitores del amigo bienintencionado que recomienda libros y luego resultan ser tochos incomestibles, y que, valientemente, reconozcas de una vez por todas, que a ti las que te gustan son las novelas de amor y lujo, donde el dueño del yate se casa con la chica, y, juntos, se entregan a la búsqueda del verano perfecto, que para ellos, no nos engañemos, sí que existe.

Mientras me achicharro sobre la arena, cual sardina en barbacoa, sueño por un momento... Ya me veo tumbada en la cubierta como una estatua de bronce, pidiendo al camarero: ¡Un Martini con hielo, por babor!... ¡y un pincho de tortilla, por estribor! que ya estará Santa Corporación Dermoestética al quite, para echarme una mano si se me sublevan las carnes morenas.

Mis libros del verano


Esto de tener veraneos a la antigua usanza, es decir, de casi tres meses, te permite hacer de todo: playa, campo, amigos, fiestas y, por supuesto, lectura. Aunque confieso que he comenzado con la lectura a partir del 15 de agosto hasta el 6 de septiembre, me ha dado tiempo a leer unos siete libros, de los cuales me gustaría destacar alguno. Ahí van mis libros de este verano.

En primer lugar "La sombra del viento", sencillamente me ha encantado, no voy a hacer una crítica literaria, pero reconozco que sería exhaustiva, pues me ha parecido un libro original, con una historia bella de amores y desamores que se mezclan, al igual que se mezclan los personajes e historias del pasado y del presente. La magia y los secretos de un libro, del autor y sus circunstancias, dentro de otro libro. Me ha gustado como Carlos Ruiz Zafón retrata una sociedad de una época muy concreta, definiendo eficazmente los perfiles psicológicos y peculiaridades de cada uno de los personajes, como nos lleva de la mano por la Barcelona de los años 40, y me he quedado con las ganas de saber si es cierto que existe ese cementerio de los libros olvidados del que habla.

Otro libro ha sido "La Princesa de Eboli" de Almudena Arteaga, interesante, no soy muy de novela histórica, pero reconozco que en esta se muestra a una mujer que supo sacar partido y hacer de un accidente mientras se entrenaba en la espada, uno de sus atractivos, amó y sufrió pero también luchó por sus derechos.

"La princesa que creía en los cuentos de hadas" ha sido el descubrimiento de este verano para mí, un libro que por su apariencia parece destinado a jovencitas y, sin embargo, es una alegoría en la que Marcia Grad nos descubre, a través de la princesa protagonista, la verdad de la felicidad y el auténtico amor. Me ha impresionado y me ha hecho encontrarme cara a cara con muchas cosas que desconocía de mí misma y de lo que me rodea. Un libro de autoayuda que deberían leer muchas mujeres.

"Iacobus" de Matilde Asensi, es otro de los libros que en este verano me ha entretenido con su narración sencilla y a la vez llena de ese misterio que encierran los enigmas de los Templarios, los Hospitalarios, y el entorno de la Edad Media. Me ha gustado, tanto por la descripción del Camino de Santiago, como por la intriga y el suspense que se mantiene hasta el final.

Esos son los más sobresalientes, ya comentaré los otros más adelante.